Cuando surgió la idea de hacer un artículo semanal sobre algunos de los jugadores o exjugadores del Pucela que me han marcado de uno u otro modo, lo cierto es que la primera pregunta fue por quién empezar; hay tantos…

Sin embargo, aunque hubo varios que saltaron a mi cabeza rápidamente, hubo uno de ellos que destacó por encima de todos por la época y por los recuerdos que me evocaba. Es posible que no haya sido el mejor jugador que ha pasado por aquí, seguro que no el más relevante, pero de lo que estoy seguro es que no vi a nadie con tanta calidad técnica como él.

Edú Manga aterrizaba en Pucela en verano del 96 cerca de la treintena después de recorrer Brasil, Japón, México y Ecuador; un auténtico trotamundos semidesconocido a nivel europeo. Aquí poca gente lo conocía, excepto Don Vicente Cantatore y eso era aval suficiente pese a la nula experiencia de aquel brasileño en Europa. En un equipo diseñado por y para permanecer en primera división, Edú, como buen brasileño, tardó unos meses en adaptarse a la liga española, y no fue hasta pasado un mes de competición cuando empezó a aparecer en las alineaciones de Cantatore, pero su irrupción dio la vuelta por completo a un equipo que encontró en él la referencia de su juego.

Aquel bloque del genio chileno estaba confeccionado para ser un equipo rocoso, difícil de vencer y bien parapetado atrás como había demostrado el año anterior; con la entrada de Edú se mantuvo la línea pero su magia lo transformó en un conjunto que, además, empezó a jugar al fútbol como los ángeles.

Edú se adueñó del centro del campo blanquivioleta y fue el centrocampista total que muchos equipos querían y quieren; capaz de hacerlo todo y todo bien. De aspecto y planta extraña, desgarbado, medias a medio subir e incluso algo de “barriguita”; lo mismo daba un pase de 40 metros al pie que robaba el balón al rival sin despeinarse. Capaz de bailar con la pelota en una baldosa librándose de un contrario tras otro para, después, entregarlo al compañero con una precisión y finura digna del mejor cirujano. Recibía el balón de su portero incrustado entre los centrales para iniciar la jugada siempre con el mejor criterio y terminaba dando el mágico pase para finalizarla. Recuerdo nítidamente como sacaba el balón jugado desde atrás en solitario sin importar cuantos rivales salieran a su paso, Zorrilla respiraba tranquilo aunque entre él y César Sánchez no hubiera nadie; estábamos seguros de que Edú no perdería el balón.

“Cojo” de la pierna derecha enseñó al mundo sus famosas rabonas ya que “nunca” se le vio tocar la pelota con la diestra. Todo su talento lo tenía acumulado en una zurda en la que no tenía un pie, sino un guante tocado por algún ente divino que era capaz de teledirigir el balón hacia el lugar adecuado. Recuerdo especialmente el partido número 1000 del Pucela en primera división. Aquel día el Valladolid derrotó por 4-1 al Valencia pero la mejor jugada del partido no acabó en gol; un pase espectacular de rabona de Edú por encima de la defensa que dejó solo a Víctor ante el meta valencianista.

Al margen de su virtuosismo con la pelota, Cantatore consiguió sacar de Edú un sacrificio y una entrega que nadie antes había encontrado en él y que lo convirtieron en el mejor centrocampista de la liga aquel año. De la mano de Edú y Cantatore (al margen del resto, claro está), el Real Valladolid logró clasificarse por última vez en su historia, hasta ahora, para la entonces llamada Copa de la UEFA en la mejor temporada de las últimas décadas.

Sin embargo, como tantas veces sucede, pudimos disfrutar demasiado poco de un jugador que pudo marcar una época. Edú, pese a los cantos de sirena que le llegaron en verano, decidió quedarse al lado de “su” míster con la promesa del presidente de una renovación al alza; pero todo se desmoronó. Marcos Fernández cayó enfermo y su hijo, presidente en funciones, decidió destituir al técnico chileno de una manera esperpéntica. El rendimiento de Edú comenzó a bajar y con el fallecimiento del presidente, lo pactado en verano quedó en papel mojado y el carioca decidió poner fin a su etapa en Valladolid mediada la temporada. La cabeza que con tan exquisito gusto había amueblado Don Vicente, se desordenó de la noche a la mañana. Curiosidades de la vida, Edú Manga, anotó su único gol con la albivioleta el primer día en el que su mentor no estaba en el banquillo; fue en Zorrilla, en la primera eliminatoria de la UEFA ante el Skonto de Riga con Antonio Santos dirigiendo al equipo ante la inminente llegada de Sergio Kresic.

Y así acabó la historia de Edú. No solo en Valladolid sino en el fútbol, nunca más volvimos a saber de él. Cierto es que formó parte de la plantilla del Logroñés durante apenas cuatro meses en la temporada siguiente a su marcha y antes de volver a Sudamérica. La fama que le precedía a su llegada fue la que provocó su partida y el fin de sus rabonas, pases imposibles y regates sin igual. No nos hacemos una idea de dónde podría haber llegado aquel jugador con el Pucela pero el buen sabor de boca que nos dejó su fútbol no se perderá jamás.