Muy decepcionado, quiero empezar pidiendo disculpas por la mala imagen ofrecida en Leganés. El partido, desafortunadamente, duró más de los 20 minutos en los que sí fuimos el Real Valladolid, o sea, hasta que llegó el primer gol en contra. Ahí, no sé muy bien por qué, nos desenganchamos de nuestras virtudes, empezamos a jugar a otra cosa y a no dar el nivel que exige este escudo, esta plantilla y esta afición. Y claro, si quedan 70 minutos por jugarse contra un equipazo, con sus seguidores llevándoles en volandas, mal asunto. Así pasó.

No obstante, en ese arranque del partido de algo más de un cuarto de hora, debo decir que hicimos lo que habíamos preparado, y tuvimos nuestras oportunidades, al menos tres, para haber marcado y generar otro desarrollo de partido frente al buen conjunto pepinero. No fue suficiente, y me frustra no saber por qué dejamos de hacer lo que debíamos a pesar del tanto recibido.

Sigo dando vueltas a la cabeza, y no encuentro por qué nos falta coraje y personalidad para revelarnos ante las adversidades, y cuándo nos meten un gol parece que se ha muerto alguien. Este deporte, y esta categoría, especialmente, exige estar preparado tanto para lo bueno como para lo malo. Sobre todo en los problemas es cuándo más seguro debes estar de cuál es la fórmula para salir del atolladero y, curiosamente, a nosotros nos pasa lo contrario cuándo tenemos clarísimo qué es lo que debemos hacer. Sí, lo sabemos, pero no lo hacemos. Casi peor!!!

Nos falta acierto rematador. No podemos perdonar tanto. Fallamos lo infaltable, al margen de que debemos generar más, mucho más. Y nos falta eficacia en el trabajo defensivo. Y me refiero a todo el bloque. Nos hacen muchísimo daño con muy poco, con poquísimo. Nuestra trayectoria y nuestra calidad nos exige mucho más. Y nuestro oficio, también.

Faltan nueve partidos. No hay nada perdido. Todo es posible, y sigo convencido de que vamos a estar arriba… Pero también, digo que no es el momento de declaraciones más o menos piadosas, o de reproches basados en las decepción extraordinaria. Es el tiempo de HACER, de HACER, de HACER, de HACER… y así hasta 9.000 veces si fuera necesario, es decir, mil veces por partido que nos queda por jugar.  No es necesario pedir perdón a la afición si hacemos nuestro trabajo sin resquebrajarnos al más mínimo contratiempo.

Mi responsabilidad como entrenador es exigir, -exigirnos todos-, aprender la lección. No se puede volver a repetir.

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