Sigo al Real Valladolid desde que tengo uso de razón y ahora, desde Alicante, mi pasión por el equipo no ha disminuido ni un ápice. Lo bueno de una entidad deportiva es que puedes apoyarla desde la distancia e incluso existe mucha gente que no ha nacido en Valladolid, pero se identifica con el Pucela. Hay quien se empeña en catalogar a los aficionados por categorías: los que viven en la ciudad, los veteranos, los temidos agoreros, los demasiado optimistas…Por haber, hay incluso seguidores ‘troll’ que siempre están criticando cualquier opinión o decisión respecto al Pucela. Son gente que exige a una entidad privada el orden y la cordura que ellos pocas veces muestran en su vida real.

Hace años en una entrevista, creo que fue Alberto Marcos, un jugador pucelano explicaba ante el periodista la rutina semanal del equipo. Venía a decir algo así como que, cuando ganaban, los días de entrenamiento se afrontaban con un extra de alegría y optimismo: «Hoy toca semana UEFA», decía. Por el contrario, si el domingo habían obtenido un mal resultado, el equipo sufría algo más de presión, era una semana «de descenso». Algunos aficionados, medios de comunicación y hasta varios jugadores, cometían el error de catalogar al equipo solo en base a un resultado o acción concreta.

Con este Real Valladolid de Rubi sucede algo parecido. No hace demasiado tiempo, llorábamos en Palamós, para después lanzar las campanas al vuelo en Mallorca. Luego, los fichajes invernales volvían a inyectarnos otra dosis de optimismo, un chute de adrenalina que en algunos se ha vaciado ya tras el partido ante el Lugo.

Ni con Tulio vamos a ascender hoy, ni después de un empate estamos condenados al ‘play-off’. Algunos aficionados pasan tanto tiempo intentando buscar etiquetas al equipo que se olvidan de disfrutar de él. No existe término medio entre la risa y el llanto; entre la UEFA y el descenso o la desaparición de la entidad. Necesitan sentir al Pucela sin término medio ni paciencia; extremos que, en algunos casos, solo buscan llenar vidas que estarían vacías sin esa peligrosa adicción de llevar el deporte al límite. Hay que vivir al Pucela con mesura y sin tratar de poseer al equipo. Nadie es mejor aficionado por pedir paciencia en estos momentos, como tampoco lo es el que unos días pone a enfríar el champán y al siguiente lo tira por el desagüe.

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